Saturday, June 16, 2007

EXISTE POLARIDAD EN LA POSMODERNIDAD.

Desde que se aceptó que así como la ciencia estudia los hechos naturales la historia estudia los hechos humanos, esto ha permitido inferir que nada en es eterno, que todo nace, crece, se desarrolla y muere en el tiempo, lo que hoy se denomina evolución y permite aceptar que lo inmutable es el progreso, el cambio y el desarrollo.
Este privilegio por el progreso, potenciado sin límites, escalado hasta el extremo, nos puede permitir escapar de la dialéctica del sentido, es decir, nos permite fugar y proliferar al infinito.
Es más, por analogía, nos este progreso nos permite pensar que podemos obtener los mismos efectos en el orden del universo. De este modo la sinrazón puede vencer en todos los sentidos. Esto puede ser aceptado si se acepta que el universo no es dialéctico, que el universo esta condenado a los extremos, y no al equilibrio. Condenado al antagonismo radical, no a la reconciliación ni a la síntesis. Una especie de genialidad del objeto que logra estratégicamente vencer al sujeto.
Los seres humanos no escapamos de esta sutil radicalización de nuestras cualidades secretas, oponiéndonos con lo más verdadero a lo verdadero y con lo más falso a lo falso. No enfrentaremos lo bello y lo feo, buscaremos lo más feo que lo feo, lo monstruoso. No enfrentaremos lo visible a lo oculto, buscaremos lo más oculto que lo oculto, lo secreto.
De este modo, en nombre del progreso, no buscaremos el cambio ni enfrentaremos lo fijo y lo móvil, buscaremos lo más móvil que lo móvil, la metamorfosis. No diferenciaremos lo verdadero de lo falso, buscaremos lo más falso que lo falso, la ilusión y la apariencia.
En esta escalada a los extremos, es posible que tengamos que enfrentarlos radicalmente, pero tal vez habrá que acumular los efectos de la obscenidad y de la seducción.
Buscaremos algo más rápido que la comunicación, el desafío o el duelo. La comunicación es demasiado lenta, es un efecto de lentitud, pasa a través del contacto y de la palabra. La mirada corre más, es el médium de los media, el más rápido. Todo debe representarse instantáneamente. No nos comunicamos jamás. En la ida y vuelta de la comunicación, la instantaneidad de la mirada, de la luz, de la seducción, ya se ha perdido.
Pero en contra de la aceleración de las redes informáticas, buscaremos la lentitud, que serpa distinta a la lentitud del espíritu, más buscaremos la inmovilidad absoluta, lo más lento que lo lento, esto es la inercia y el silencio. La inercia ante el esfuerzo, el silencio por el diálogo. También aquí hay un secreto.
De la misma manera que el modelo es más verdadero que lo verdadero, esto es, es la quintaesencia de una situación, procura de este modo una sensación vertiginosa de verdad, también la moda tiene el carácter fabuloso de lo más bello que lo bello, lo fascinante. La seducción que ejerce es independiente de cualquier juicio de valor. Supera la forma estética en la forma extática de la metamorfosis incondicional.
Forma inmoral, mientras que la forma estética supone siempre la distinción moral de lo bello y de lo feo. Si la moda posee un secreto, más allá de los placeres propios del arte y del gusto, es el de esta inmoralidad, esta soberanía de los modelos efímeros, esta pasión frágil y total que excluye cualquier sentimiento, esta metamorfosis arbitraria, superficial y regulada que excluye cualquier deseo, a menos que el deseo no sea eso.
Si eso es el deseo, nada nos impide pensar que también en lo social, en lo político y en todos los ámbitos diferentes al del adorno, el deseo se inclina hacia unas formas inmorales, igualmente aquejadas de esta denegación potencial de cualquier juicio de valor y mucho más entregadas a este destino extático que arrebata a los seres humanos de todo subjetividad para entregarlos a la única atracción repetida, que también los arrebata de sus causas objetivas para entregarlos a la exclusiva fuerza de sus efectos desencadenados.
Cualquier ser elevado de este modo a la potencia superlativa, atrapado en una espiral de redoblamiento, esa que privilegia lo más verdadero que lo verdadero, lo más bello que lo bello, lo más real que lo real; goza de un efecto de vértigo independiente de cualquier contenido o de cualquier cualidad propia, y tiende a convertirse actualmente en nuestra única pasión. Pasión por el progreso escalado, pasión por el aumento en potencia del éxtasis, independiente de la cualidad, que siempre es relativa a su contrario (lo bello a lo feo, lo real a lo imaginario, lo verdadero a lo falso) y por el contrario pasar a lo superlativo, a lo sublime porque, en cierto modo, ha absorbido toda la energía de lo feo, es decir, aparece como moda. Imaginemos que lo verdadero absorbiera todo la energía de lo falso, nace la simulación, la hipocresía.
La propia seducción es vertiginosa porque se obtiene de un efecto que no es de simple atracción, sino de atracción redoblada de una especie de desafío, o de fatalidad de su esencia.
Hemos pasado a los modelos, hemos pasado a la moda, hemos pasado a la simulación y es posible que nuestra cultura este pasando de los juegos de la competición y de la expresión a los juegos del azar y del vértigo. La misma incertidumbre sobre el fondo nos lleva a la supermultiplicación de las cualidades formales. Por consiguiente, a la forma de éxtasis. El éxtasis es la cualidad propia de todo cuerpo que gira sobre sí mismo hasta la pérdida de sentido y que resplandece entonces su forma vacía y pura. La moda es el éxtasis de lo bello, la forma pura y vacía de la estética giratoria. La simulación es el éxtasis de lo real, como ejemplo, contemplémonos frente a la televisión, en ella todos los acontecimientos reales se suceden en una relación perfectamente extática, o sea, en los rasgos vertiginosos, irreales y recurrentes, que permiten su encadenamiento insensato e interrumpido. Extasiado esta el objeto en la publicidad y el consumidor en la contemplación publicitaria, en un torbellino del valor de uso y del valor de cambio, hasta la anulación en la forma pura y vacía de la marca comercial.
Permítanme pasar a la antipedagogía que es la forma extática, esto es, pura y vacía, de la pedagogía. El anfiteatro es la forma extática del teatro, basta la escena, basta el contenido, el teatro en la calle, sin actores, teatro de todos para todos, que se confundirá en su límite con el desarrollo de nuestras vidas sin ilusión. Nuestra ilusión se extasía al resurgir nuestra vida cotidiana. Así es como el arte actual intenta salir de sí mismo, negarse a si mismo, y cuanto más intenta de este modo, más se hiperrealiza, más se trasciende en su esencia vacía. Nada ha contribuido en su forma más pura e inane que el éxtasis de un objeto vulgar como un acto pictórico, artístico o cultural. Si el objeto gira sobre sí mismo y llega a desaparecer genera en nosotros una fascinación definitiva. El arte sólo ejerce actualmente la magia de su desaparición.
Una especie de un bien que resplandece con toda la fuerza del mal, de Dios perverso que crea un mundo por desafío obligándolo a destruirse a sí mismo…
Lo que también deja atónito es la superación de lo social, y su reemplazo por lo más social que lo social, la masa. Aquí también lo social ha absorbido lo antisocial, la lógica de lo social encuentra ahí su extremo, el punto en el que invierte sus finalidades y alcanza su punto de inercia y de extermino, pero en el que al mismo tiempo roza el éxtasis. Las masas son el éxtasis de lo social, la forma extática de lo social, el espejo en el que se refleja en su inmanencia total.
De otro lado, lo real se borra a favor de lo más real que lo real, lo híperreal, igualmente lo verdadero se borra a favor de lo más verdadero que lo verdadero, la simulación.
La presencia no se borra a favor del vacío, se borra a favor de más presencia que la presencia, con lo que borra la oposición de la presencia y de la ausencia.
El vacío tampoco se borra a favor de lo lleno, sino a favor de lo más lleno que lo lleno, a la obscenidad en reemplazo del sexo, por ejemplo.
Del mismo modo el movimiento no desaparece ante la inmovilidad sino pasa a lo más móvil, y lo conduce a no tener sentido. Las cosas visibles no concluyen en la oscuridad y el silencio, se desvanecen en lo más visible que lo visible, la obscenidad.
Ejemplo de esta excentricidad de los asuntos humanos es la indeterminación, la relatividad. La reacción a este nuevo estado no ha sido un abandono resignado de los antiguos valores, sino más bien una sobredeterminación, una exacerbación de estos valores de referencia, de función, de finalidad, de causalidad. Es posible que la naturaleza sienta horror por el vacío, pues es en el vacío donde nacen los sistemas pictóricos, hipertróficos, sobresaturados, instalándose lo redundante donde ya no hay nada.
La determinación no sede a favor de la indeterminación, sino a favor de la hiperdeterminación, esto es, la redundancia de la determinación, en el vacío.
La finalidad no desaparece a favor de lo aleatorio, sino a favor de la hiperfinalidad, de la hiperfuncionalidad, más funcional que funcional, más final que final, en hipertelía.
Después que el azar nos haya sumergido en una incertidumbre anormal, hemos respondido a él con un exceso de causalidad y de finalidad. La hipertelía no es un accidente en la evolución de las especies, es el desafío de finalidad que responde a una indeterminación creciente. En un sistema en el que las cosas están cada vez más entregadas al azar, la hiperfinalidad que reemplaza a la finalidad se convierte en delirio, y permite el surgimiento de elementos que superan su fin hasta invadir la totalidad del sistema.
En esto se incluye la hiperespecialización de los hombres, una hipervitalidad en una sola dirección, una operacionalidad del menor detalle, una hipersignificación del menor signo, que genera sistemas hipertrofiados, como los de la comunicación y de la información, de la sobreproducción, de la destrucción masiva, que han superado los límites de su función, de su valor de uso, para entrar e la escalada fantasmal de las finalidades.
Histeria inversa a la de las finalidades, la histeria de la causalidad, la búsqueda obsesiva del origen, de la referencia, de intentar agotar los fenómenos en sus causas infinitesimales. Así, el complejo del génesis y de la genética, la biogenética hipertrofiada satura las probabilidades por la disposición fatal de las moléculas, la hipertrofia de la investigación histórica, el delirio de explicarlo todo, de imputar todo, de referenciar todo. Todo esto ocasiona una acumulación fantástica, las referencias viven las unas sobre las otras dependiendo unas de otras. Originando un sistema sobredimensionado de interpretación sin relación alguna con su objetivo. Todo eso procede de un salto hacia delante reemplazando los contrarios.
Los fenómenos de inercia se aceleran, las formas inmovilizadas proliferan y el crecimiento se inmoviliza. Esa es la forma de la hipertelía, de lo que va más lejos que su propio fin. Protuberante, hipertélico, tentacular, ese es le destino de la inercia de un mundo saturado. Negar su propio fin por hiperfinalidad. El crecimiento da paso a la excrecencia. Desquite y derrota de la velocidad en la inercia. También las masas caen en este proceso de inercia acelerada. La masa es este proceso excrecente, que precipita todo crecimiento hacia su pérdida. La superpotencialidad destructora de los armamentos es un ejemplo de ello. Manifestación de excrescencia e inercia. Anomalía victoriosa, ningún principio de derecho humano puede moderarla. Lo peor es que ahí n existe ningún desafío, ninguna desmedida por la pasión y el orgullo. Parece que hemos sobrepasado un punto específico, del cual nos es imposible regresar, desacelerar, frenar.
El progreso surgió cuando la historia se hizo científica, permitiendo que se conozcan los hechos históricos así como la ciencia nos permite conocer los hechos naturales. Pero en un cierto momento del tiempo, la historia fue más allá de historia y se hizo irreal. Sin percibirse de ello, la totalidad del género humano ha abandonado la realidad. A partir de este momento ya no sería del todo real, sin poder entenderlo nosotros. Sin embargo, nuestra tarea consistiría en descubrir este momento del tiempo, y mientras no lo consigamos, tendríamos que perseverar en la destrucción actual.
El punto de no retorno que todo sistema franquea puede permitir su propia contemplación extrema, en el éxtasis. Esta culminación, esta escalada no se limita a ofrecer inconvenientes, aunque adopte siempre la forma de una catástrofe. Así ocurre con los sistemas de destrucción y de armamentos. Hasta el punto de la superación de las fuerzas de la destrucción, acabada la escena de la guerra. Ya no existe una correlación útil entre el potencial de aniquilación y su objetivo, y resulta insensato servirse de él. El sistema se disuade a sí mismo, y esto es el aspecto paradójico pero benéfico de la disuasión, ya no queda espacio para la guerra. Hay que desear la persistencia de esta escalada nuclear, y de esta carrera armamentista, es el precio pagado por la guerra pura, es decir, por la forma pura y vacía, por la forma híperreal y eternamente disuasiva de la guerra, en la que por primera vez podemos congratularnos de la ausencia de acontecimientos. La guerra, al igual que lo real, jamás se producirá. A no ser que las potencias nucleares consigan precisamente llevar a término su desescalada y lleguen a circunscribir nuevos espacios de guerra. Si el poder militar, a costa de una desescalada de esta locura, recupera un escenario de guerra, entonces las armas recuperarán su valor de uso y su valor de cambio volverá a ser posible. Bajo su forma orbital y extática la guerra se ha convertido en un intercambio imposible, y esta orbita nos protege.
El deseo de recuperar el punto ciego más allá del cual los seres humanos dejamos de ser verdaderos, más allá del cual la historia deja de existir, sin que nosotros lo hayamos percibido, sin lo cual no nos quedaría más remedio que perseverar en la destrucción actual.
En el supuesto de que pudiéramos determinar este punto, quedaría por establecer cómo haremos para que nuestra historia vuelva a ser real, como lograremos remontar el tiempo para prevenir la desaparición. Pues este punto es el del final del tiempo lineal, y todos los prodigios de la ciencia-ficción para remontar el tiempo son inútiles si ya no existe, si detrás de nosotros el pasado ya ha desaparecido.

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